Nuestra vida con Dios se fundamenta y fortifica: en el encuentro con Cristo, en la oración, los sacramentos, especialmente la Eucaristía; en la Reconciliación, como celebración del perdón; en la Palabra escuchada y compartida, en la Liturgia de las Horas. Como María, busquemos en el silencio y la soledad la intimidad con Dios, deseando por encima de todo “TENER EL ESPÍRITU DEL SEÑOR Y SU SANTA OPERACIÓN”; orando a Dios con puro corazón.